Fuego en el cuerpo






Son ya las diez de la noche, pero la barandilla de la terraza aún sigue ardiendo. Me deja la piel en carne viva al apoyarme para fumar un cigarro. Al escupir el humo este se condensa, formando una nube gris que queda flotando en el vacío, inerte. No corre ni una pizca de aire y da asco. El ambiente está cargado de sudor, un sudor pegajoso, y aunque me he desnudado aún sigo empapada. Si pudiera me arrancaría la piel. Lo peor de todo es que ahora mismo podría estar en mi casa de la sierra, bañándome en la piscina. Dios, cómo me gustaría darme un chapuzón ahora mismo.

Amaia. Escucho la voz sin cuerpo de Love, la IA que controla el apartamento. Acabo de recibir un mensaje de Verónica m285: «Amaia, hola soy yo, Verónica m285, aunque, bueno eso ya lo sabes, porque te estoy escribiendo a tu perfil. Joder, lo siento, son los nervios. No me puedo creer que al fin vayamos a vernos cara a cara. Solo quería decirte que ya estoy por la ciudad y hace un calor de muerte. Bueno cuando estés llámame. Tengo ganas de verte. Ciao». Fin del mensaje. ¿Deseas contestar?

Me tiemblan las piernas, no puedo controlarlas. Es escuchar su voz y vuelvo a ser una niña de dieciséis años esperando su primer beso. Debería contestarla, quiero contestarla, pero cada vez que pienso en hacerlo aparecen los remordimientos. Los noto como bocas hambrientas sobre la piel, preparadas para hincarme el diente y despedazarme viva.  

Olvídalo cariño, dejémoslo para mañana. Necesito dormir. Dejo caer el cigarrillo al vacío y este se precipita dibujando espirales ocres en el aire.

Al tumbarme en la cama noto el calor concentrarse en el dormitorio: emana de las paredes, del techo, de las sábanas, de mí. Noto su fuego, es denso, está atascado en mi cuerpo y abrasa todo lo que toca como el mismo sol. Podría librarme de él llamando a Verónica, el fuego se combate mejor en pareja. Ese era el plan, sofocar el incendio juntas en esta misma cama durante todo el fin de semana. Mierda, creía estar segura, pero tengo miedo, sé que cuando cruce esa línea no habrá vuelta atrás. 

Love .Acaricio las sábanas empapadas en sudor. Es lo más parecido al tacto de la piel humana.

¿Qué necesitas Amaia? responde ella con esa voz imperturbable.

¿A qué temperatura tienes el climatizador? Esto es un infierno.

Lo siento, pero me temo que no he encendido el sistema de climatización.

¿Y eso? Estiro la mano hacia la mesilla para coger el paquete de cigarrillos ¿Es que quieres matarme?

No entiendo, ¿por qué querría matarte? Adoro ese deje inocente que tiene a la hora de hablar, me hace sentir que hablo con una niña y no una máquina.

Olvídalo, era una tontería. Me llevo el cigarro a la boca. Enciende el aire porfa.

No es recomendable que haga eso, mis lecturas indican que deberían revisarlo antes de encenderse.

Mañana ya nos preocuparemos por eso cariño, ahora lo principal es dormir. Así que se buena y enciende el aire anda.

El humo del cigarro flota en la habitación, estirándose, intentando abarcar todo el espacio con su cuerpo, impulsado por un deseo inalcanzable igual que el mío. Su piel se desgarra por el sobreesfuerzo, la gran nube de humo se parte en pedazos y termina por desaparecer cuando el aire acondicionado se activa. Noto el cambio de temperatura, las gotas de sudor se vuelven frías, se cristalizan en la piel formando diminutos copos de nieve. Dejo que el cigarrillo se consuma sobre la mesilla y me acurruco dentro de las sábanas. El frío mitiga el calor del fuego, sus quemaduras ya no duelen tanto. Cierro los ojos, pero por más que me esfuerzo soy incapaz de soñar con su cara, su piel o sus labios. Todo lo que conozco de Verónica es su voz y nunca he tenido demasiada imaginación. Así que solo queda el gran océano negro para hacerme compañía mientras duermo. 

Me dejo arrastrar por la corriente.


*   *   *


Abro los ojos de golpe, siento como si acabara de salir de una terrible pesadilla, pero sé que mis sueños han estado vacíos. No entiendo por qué mi cerebro ha hecho saltar las alarmas, hasta que comienzo a notar una sensación aguda, un cosquilleo desagradable en la boca del estómago: algo se revuelve en su interior, moviéndose en círculos, chocándose contra sus paredes. Noto cómo la piel y los músculos comienzan a estirarse, formando un capullo de carne que sobresale, abombando la piel. Algo quiere escapar y si no lo saco yo, acabará saliendo por las malas.

Las luces se encienden al pasar bajo los sensores y la tapa del váter se despliega automáticamente. No lo pienso dos veces y me meto los dedos hasta rozar la campanilla. La adrenalina del momento me insensibiliza hasta el punto de no sentir nada: ni la convulsión de las arcadas, ni el tacto frío del azulejo contra mis rodillas desnudas. Por un segundo entro en pánico, siento que no voy a poder echarlo a tiempo y que voy a acabar con un agujero en el estómago, pero, gracias a Dios, consigo provocar el vómito. No paro hasta vaciarme del todo.

Amaia, tus constantes se han disparado a niveles peligrosos. ¿Es necesario que llame a emergencias? La voz de Love suena desde las alturas, extendiéndose por todo el baño.

No… no hace falta. A penas puedo hablar, la garganta me arde por dentro. Gracias cariño, pero… Escucho un borboteo, hay algo en el vómito: veo unas burbujas que se hinchan y explotan rápidamente, sea lo que sea, se está ahogando. Agarro la escobilla y empujo hacia afuera: aquella cosa es dura y escurridiza, tengo que arrastrarla apoyándola en la pared del váter para sacarla. Se trata de una llave, pequeña, y ennegrecida, a pesar de que la enjuago a conciencia no puedo quitarle la costra negra que tiene adherida a su cuerpo. ¿Cómo ha llegado esta pequeña a mi estómago? Hoy en día el único lugar donde puedes ver una de estas antiguallas es un museo. Lo curioso es que no la siento como algo ajeno, algo invasor, todo contrario, la siento como una extensión de mi propio cuerpo. Una extensión de mí misma.

La llave está viva, la siento palpitar en mi mano. Las vibraciones son débiles, pero constantes, igual que el latido de un corazón. Una sensación cálida me recorre la palma de la mano, un cosquilleo agradable. Despacio, la llave comienza a desperezarse y abre un ojo que le ocupa toda la cabeza. Mira a su alrededor, como si intentara averiguar dónde se encuentra y, justo después, clava su pupila negra en mi. La siento hundirse lentamente en mis retinas, hasta llegar al cerebro. Huele a piel quemada, estoy ardiendo, pero no puedo ver las llamas, no están en el exterior, sino bajo la superficie: en los músculos, en los órganos, en los huesos. El fuego arde en lo más profundo de mí y, entre el crepitar de las llamas, consigo escuchar una voz, un susurro suave que me acaricia el oído: «Amaia, deja que arda». La voz es tentadora, dulce y, por un instante, soy débil: pienso en dejarme llevar, consumirme hasta no ser más que polvo y eso me aterra.     

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, dejo caer la llave al suelo y huyo hacia afuera de la habitación. Durante varios minutos me quedo ahí quieta, paralizada frente a la puerta del baño sin saber qué hacer. Al cabo de un rato, el incendio comienza a extinguiese y la sensación de pánico desaparece, se desvanece como se desvanecen los sueños al despertar, hasta convertirse en algo tan ajeno y distante que podría catalogarse como una pesadilla. Pronto lo único que siento es cansancio, como si todas mis fuerzas se hubieran consumido, utilizadas a modo de combustible. Me tumbo en la cama, tan solo ha sido un sueño. 

Un mal sueño. 


*   *   *


Los primeros rayos de sol me cogen con los ojos ya abiertos, llevo horas luchando contra mi propia consciencia. No quiero pensar más, cada vez que lo hago los dientes del remordimiento se hunden más y más en mi piel. Me doy asco, ¿cómo he podido caer tan bajo? Intento distraerme, hacer que mi cabeza deje de funcionar y miro al techo. Fantaseo con su pintura irregular, formada por diminutas cordilleras blancas que, cuando el sol las acaricia, crean un juego de luz y oscuridad. Un teatro de sombras chinescas que dibuja formas en el cielo del dormitorio. De entre todas las siluetas, destaca una forma humana, una cara que me mira fijamente. Observo la forma de su mentón, la profundidad de sus ojos, la curva de sus labios… Y sin darme cuenta, ese rostro me devuelve a la misma espiral de la que intento escapar. Sin darme cuenta, vuelvo a pensar en ella. 

Verónica.

Love, me estoy asando aquí dentro, ¿a qué temperatura tienes el climatizador?

Buenos días Amaia. Desgraciadamente he tenido que apagar el sistema de climatización.

¿Qué? ¿Por qué lo has hecho?

Anoche tus constantes vitales se alteraron de forma repentina y noté una actividad anómala en tu cerebro. Al analizar los posibles factores que podrían haber causado esa anomalía, detecté un mal funcionamiento del sistema de climatización. Está comprometido, es necesaria una reparación inmediata.

Genial… Camino hacia el baño, necesito una ducha. Huelo a perro mojado. ¿Y cuáles son mis opciones?

Yo te recomendaría sustituir el sistema entero por uno de arotermia. Un sistema más eficiente y cien por cien libre de contaminantes. La voz de Love me sigue de cerca, incorpórea, como un auténtico fantasma. Puedo mostrarte anuncios si lo deseas. La mampara de la ducha se vuelve opaca y cientos de páginas web la inundan. No dejan ni un hueco libre.

Vale, me has convencido. Deslizo los anuncios a un extremo de la mampara. Solo dime cuánto y cuándo.

Dos mil setecientos setenta y dos bitcoins. Podría pedir cita para el lunes que viene.

¿El lunes? Al encender la ducha, la temperatura está mal calibrada y me abrasa la espalda ¡Mierda! ¿Pretendes que esté todo el finde sin aire acondicionado?

Sería lo recomendable.

Olvídalo, prefiero arriesgarme con el climatizador viejo a derretirme en este apartamento. Love intenta rebatirme, pero le doy una orden directa. No le queda más remedio que obedecer. También le pido que baje la temperatura del agua lo más posible, necesito despejarme y el agua fría me ayuda a relajarme, me recuerda al mar. Donde yo nací había un puerto, recuerdo el tacto frío del agua mientras observaba cómo los barcos salían a faenar y se perdían en la línea del horizonte. Ese recuerdo normalmente está borroso, sumergido en lo profundo de mi subconsciente, pero siempre sale a la superficie cuando me siento perdida. Un salvavidas al que puedo aferrarme para no ahogarme.

Amaia. Love me devuelve al mundo real. He recibido otro mensaje de Verónica m285, ¿quieres oírlo? No respondo, tan solo miro el agua precipitándose igual que una cascada hacia mi cuerpo, para después desaparecer, engullida por el desagüe ¿Amaia?

Reproduce el mensaje.

Verónica habla nerviosa, el ritmo de sus palabras es irregular: algunas las acelera y otras las dilata en un intento por extender su significado. Su voz es tierna, pero puedo sentir el fuego ardiendo en su paladar: me dice que ha soñado conmigo, un sueño erótico. Eso le sirve de excusa para contarme todas las cosas que quiere que hagamos, que quiere hacerme. Me pongo nerviosa, las piernas me tiemblan y un escalofrío me recorre la superficie de la piel. Cierro los ojos, intentando imaginar aquel escenario. La respiración se acelera. Deseo con todas mis fuerzas que ese sueño se haga realidad, pero, en ese momento, suena el teléfono matando la fantasía. Love pasa la llamada entrante a la mampara de la ducha, el nombre del contacto es «Casa».  

¿Hola? habla una voz aguda y nerviosa ¿Mamá estás ahí?

Sí cariño, estoy aquí. Agarro el albornoz y me lo abrocho bien antes de colocarme frente a la cámara. ¿Qué tal está mi ratoncito?

¡Papá! ¡Corre papá, date prisa! 

¡Voy! Al poco, aparece Mario, sujetando una tarta con un cuatro y un cero en su centro. Venga renacuajo, a la de tres. Una, dos y… ¡Felicidades mamá! No puedo decir nada, no me salen las palabras, pero no es necesario.  Mi cuerpo habla por mí.

¿Por qué lloras mamá?

Nada, peque. Estoy bien. Me seco las lágrimas lo más rápido que puedo con la manga del albornoz. Voy  a soplar las velas, preparaos.

A la cuenta de tres me dice Mario. Una, dos y… Soplo con todas mis fuerzas y Mario, al otro lado de la pantalla, hace de cómplice  apagando las dos velas. Mi ratoncito se sorprende, no se da cuenta del truco y cree que he sido yo quien las ha apagado. Piensa que soy una especie de superheroína. Oye renacuajo, ¿por qué no llevas la tarta a la cocina? Si hoy te comes todo el pescado, te dejo comerte un pedazo de postre, ¿trato?

¡Trato! grita entusiasmando, mientras se aleja hacia la cocina tratando sostener la tarta y mantener el equilibrio al mismo tiempo.

Menudo bicho tenemos por hijo, ¿estás segura de que no nos dieron el cambiazo en el hospital? Mario ríe, pero al mirarme su expresión cambia. Desaparece su sonrisa Oye cariño, ¿estás bien? Te noto un poco… en la luna.

Estoy bien, sí. No pasa nada respondo nerviosa.

Que suerte tienes, porque yo no lo estoy. Te hecho de menos, la cama se hace enorme cuando tú no estás. Mario me lanza una mirada cómplice, esperando a que le responda un yo siento lo mismo, pero lo único que siento son unas brasas a punto de extinguirse. Se escucha un estruendo en la cocina seguido de un: ¡Papá!, nervioso.  Ya me la ha vuelto a liar. Oye, sé que estás liada con el curro y eso, pero si tienes un ratito llámame, ¿ok? Si ha sobrevivido algo de la tarta, prometo guardarte un cacho. Adiós, te quiero. Mario se despide con un beso a la cámara. 

La llamada ha finalizado. Love toma el control de la pantalla. ¿Quieres responder a Verónica m285? Siento una punzada en el pecho y por un momento creo que el corazón se me va a partir en dos. No puedo pensar con claridad, tengo que respirar, relajarme. Necesito un cigarro.

Entro en el dormitorio y camino directa hacia la mesilla donde guardo la cajetilla de tabaco, cuando escucho un golpe seco. La sacudida es tan fuerte que hace temblar el mueble. Al acercarme, las sacudidas se repiten cada vez con mayor intensidad. Puedo sentir la desesperación en la cadencia de cada uno de los golpes, la misma desesperación que siente un animal enjaulado.

¿Va todo bien Amaia? dice Love Mis lecturas indican que tus constantes vuelven a ser irregulares.

Tranquila Love, todo va… Al tocar el cajón puedo notar la vibración de su interior: los golpes de la fiera contra las paredes de su jaula. Tiro del pomo y el estruendo se detiene en seco: en el suelo del cajón hay una llave pequeña y ennegrecida. Al verla una sensación de familiaridad me invade, al tocarla un sueño aflora en mi cabeza: su tacto lo arrastra a la superficie desde la sima más profunda de mi subconsciente. Reconozco esa llave. Tú… ¿pero no habías sido un sueño?

La llave me responde abriendo lentamente su ojo, fijando su pupila negra en mí. Noto una leve palpitación en la mano, la llave está viva y lo que estoy sintiendo son los latidos de su corazón. Despacio, mueve su ojo, apuntando hacia el baño. Me está indicando el camino. La puerta se desliza suavemente sobre sus raíles hasta desaparecer en la pared. A pesar de que el aire acondicionado está encendido, hace mucho calor. El suelo está húmedo, al igual que los azulejos de las paredes. El cuarto de baño entero está sudando.

El pulso de la llave se acelera, sus latidos taladran la palma de mi mano. No estoy sola en la habitación: frente a mí hay un hombre completamente desnudo y con la cabeza sujeta entre las manos. Su cuerpo es atlético y su cara tiene rasgos firmes y definidos, me recuerda a la sombra chinesca que vi dibujada en la pintura el techo. Sus ojos son dos cuencas vacías, pozos negros en los que resplandece un breve destello. Una estrella fugaz que se pierde en el fondo del abismo. Me mira fijamente: «Amaia», la cabeza tiene la boca cerrada, pero siento su voz en mi cabeza, es suave como una caricia. «Amaia, yo puedo ayudarte», continúa, «Si lo deseas puedo darte la respuesta que estás buscando». La llave en mi mano me pide a gritos acercarme a aquella figura. Una parte de mí quiere salir huyendo del baño, correr sin mirar atrás, pero un impulso irrefrenable se apodera de mis piernas. Paso a paso, comienzo a avanzar hacia el hombre decapitado. Al acercarme, el corazón de la llave late más y más rápido, comienzo a sentir el calor del fuego dentro de mí.

Amaia, tus constantes están rozando el límite, si siguen así vas a sufrir un colapso. Las palabras de Love se pierden en el eco de la habitación, es demasiado tarde para detenerme. La cabeza del hombre abre la boca, descubriendo una cerradura justo en la unión de la campanilla con el paladar. El fuego que siento dentro de mí se extiende hasta tocar el exterior. Al pisar el suelo, el sudor de la habitación se convierte en llamas, actúa como catalizador y el baño entero se incendia. Estiro la mano, intentando encajar la llave que desea con todas sus fuerzas entrar en su cerradura. El calor es demasiado fuerte, al acercarme a la cabeza, siento que voy a incinerarme, es como acercarse al sol. No puedo respirar, todo da vueltas. Lo último que escucho es la voz de Love diciendo mi nombre.

Después, todo desaparece.


*   *   *


«Amaia despierta». El mundo es borroso, lleno de formas incoherentes y distorsionadas. Noto una molestia en el pecho, como si hubiera estado soportando un peso muy grande que ahora ha desaparecido. Pero aún siento su huella. Poco a poco, el mundo comienza a cobrar sentido y color. Escucho la voz imperturbable de Love: me dice que he sufrido un shock muy fuerte y que he sobrevivido por muy poco. Si vuelvo a entrar en shock es muy probable que no vuelva a despertar. A pesar de que la advertencia es seria, su voz aniñada la convierte en algo infantil, igual que un cuento de hadas. Ahora mismo solo quiero refugiarme en el pasado, volver a ver el puerto y los barcos salir a faenar. Quiero volver a sentir el mar. 

Love establece un protocolo de emergencia y eso supone la desactivación del sistema de climatización. Saco todo el hielo que hay en la nevera y lo envuelvo con un trapo. Con suavidad paso la tela helada por la piel desnuda para mitigar el calor, según las noticias, hoy vamos a alcanzar el pico de temperatura más alto. Enciendo la televisión y la conecto a la nube para poder entrar en mi carpeta personal. Allí tengo un vídeo muy especial: la primera vez que mi ratoncito echó a andar. El vídeo no es gran cosa: el pequeñajo se cae varias veces, hasta que al quinto intento, por fin, puede andar. Tan solo da cuatro pasos antes de volver a caer, pero eso ya supone todo un logro. Esas imágenes me hacen sonreír, me ayudan a recordar un tiempo en el que era feliz. Por desgracia, aquella felicidad era superflua, transitoria, igual que el subidón de adrenalina al momento de bajar la rampa más empinada de una montaña rusa. Una realidad vacía.

Una parte de mí quiere quedarse junto a mi familia, pero, para la otra yo, esa vida ya no es suficiente. Verónica ha resucitado algo en mí, algo que creía extinto, me ha hecho sentir el fuego una vez más. Sus llamas bailan y yo soy como una polilla atraída por la luz del matamoscas: deseo tocar el sol aunque sé que me abrasaré al hacerlo. Ese sueño impuro atrae a los lobos del remordimiento. Noto el cosquilleo de sus dientes sobre la piel, listos para devorarme viva. Con el primer mordisco veo sus caras: Mario y mi ratoncito, dos almas inocentes que quedarán marcadas por el fuego. Con los mordiscos siguientes veo la devastación que causará el incendio en nuestras vidas, sobre todo en la de mi pequeño, él sufrirá más que nadie. Y eso no puedo permitirlo.

Love hablo con la voz más firme y decidida que puedo, ve preparándolo todo, mañana a primera hora salgo para la sierra.

Ahora mismo responde ella, pero Amaia estoy recibiendo una llamada entrante de Verónica m285, ¿quieres contestar? Es oír su nombre y vuelvo a escuchar la llamada del fuego. Pienso en ignorarla, que descubra por sí misma que se ha acabado, pero no tengo la voluntad para hacer eso. Si este va a ser el fin, necesito escuchar su voz una última vez.

Hola… Amaia, ¿estás ahí? Sus palabras tiemblan. Aún no me has llamado y estoy preocupada, ¿va todo bien? No me atrevo a contestar Está bien, escucha, sé que no es una decisión fácil para ti y que, a lo mejor estoy siendo demasiado egoísta, pero, joder, quiero verte Amaia, de veras que quiero verte. Voy a esperar todo el día de hoy, pero si no te pones en contacto conmigo, lo tomaré como que has tomado una decisión y yo no formo parte de ella. Si no tengo noticias de ti, mañana me iré y no volverás a saber de mí. Entonces… piénsatelo, ¿vale? Piénsatelo bien. Espero tu llamada. Te quiero.

Algo se rompe dentro de mí, escuchar su voz trae de vuelta el deseo, las dudas, el miedo. Las llamas se propagan rápido y lo destruyen todo. Debo volver a casa, me digo a mí misma, pero mi otra yo grita, NO. Una parte de mí quiere llamar a Verónica y sofocar el incendio, este calor es insoportable y los hielos no pueden contenerlo más: se han convertido en un charco de agua tibia. Me asfixio, los pulmones me arden con cada respiración.

Love, enciende el aire por favor digo jadeando.

Lo siento Amaia, pero no puedo hacer eso responde. El protocolo de emergencia lo prohíbe.

Love, enciende el aire.

No.

Camino como puedo hasta la consola principal que se encuentra justo a la entrada del piso. A pesar de que el apartamento no es grande, el trayecto se me hace igual de duro que cruzar un desierto sin una sola gota de agua. A penas puedo respirar, el aire quema. Al llegar hasta el panel, abro la consola: en ella hay un botón para desconectar a Love y pasar a manual el control del apartamento.

No lo hagas dice Love. Si me desconectas no podré ayudarte. El sistema de climatización está comprometido, si lo enciendes de nuevo… Aprieto el botón y la voz de Love pierde toda su fuerza hasta desvanecerse. Utilizo la consola para encender el sistema de climatización: el frío me templa los nervios, poco a poco, vuelvo a respirar. Me acurruco en el suelo, no puedo hacer nada más, no tengo fuerzas. Desearía que la tierra se abriera en dos y me engullese de un bocado, una eutanasia indolora. 

Algo vibra en la palma de mi mano, reconozco ese latido: estiro los dedos y ahí está, la llave ennegrecida. Tiene el ojo abierto y su pupila apunta hacia la puerta del cuarto de baño. La habitación está vacía, no hay nada extraordinario en ella, aún así la llave se estremece y sus latidos se disparan. Doy un par de pasos y noto que algunas baldosas del suelo bailan, están sueltas. Las retiro una a una, dejando al descubierto unas escaleras que se pierden en lo profundo del edificio. 

Poco a poco bajo la escalera, siento vértigo, la oscuridad es densa y no me deja ver los peldaños, aunque sé que están ahí, noto su tacto bajo mis pies: sujetándome sobre el vacío. Ando a ciegas, me siento igual que un funambulista andando sobre un fino alambre: un movimiento en falso y caeré al olvido. La única luz que tengo de guía es el propio deseo de la llave que ansía llegar a lo más profundo de este abismo y es esa misma necesidad la que me empuja a continuar, se filtra en mí a través de la piel. Cuando por fin toco fondo, consigo vislumbrar un pasillo. Del techo cuelgan unas enredaderas que sudan un líquido viscoso y transparente parecido al agua. Al fondo, señalándome el camino igual que la Estrella de Oriente, dos destellos, dos pequeñas virutas de luz resplandecen en la oscuridad. Al avanzar, el pasillo se ensancha formando una bóveda gigantesca y profunda. «Amaia», escucho un susurro en mi mente. El hombre decapitado sujeta su propia cabeza en el centro de la bóveda: los dos destellos que me han guiado hasta él emergen de las cuencas vacías de sus ojos. «¿Estás preparada?», habla sin abrir la boca, directamente a mi cerebro. Siento la llave estremecerse en mi mano, sus latidos se desbocan. La cabeza abre la boca mostrando la cerradura: el deseo de la llave por cumplir su cometido se vuelve insoportable. Camino hacia la figura desnuda y, al acercarme, vuelvo a notar ese calor abrasador que puede derretir cualquier cosa, incluso la conciencia. 

La llave palpita desenfrenada entre mis dedos, mientras el fuego estalla y se propaga a través de mis venas a todos los rincones del cuerpo. El calor es sofocante, a penas puedo respirar. Estiro el brazo en un último esfuerzo por alcanzar la boca de la cabeza decapitada: «Una vez que la abras, no habrá vuelta atrás» su voz es suave, igual que una caricia. Introduzco la llave en su agujero y la siento estallar en éxtasis. La cerradura se abre dejando escapar un gemido abrasador, lleno de verdades ocultas. Una auténtica supernova. 

Las llamas que devoran mis entrañas se hacen visibles, las veo atravesando mi piel y se extienden, se propagan por todos los lados. El fuego ilumina mi mundo: estoy dentro de una caverna antigua y olvidada. Las paredes están adornadas con pinturas rupestres, imágenes primitivas que ilustran partes de mí. Partes tan profundas que habían quedado enterradas en lo más recóndito de mi consciencia: sueños, fantasías, deseos… Pero el momento de lucidez breve, todo a mi alrededor comienza a fundirse igual que un helado expuesto al sol. Todo se derrite, incluida yo. Huele a pelo quemado, la piel forma una costra negra y crujiente, pero yo no siento ningún dolor, al contrario siento paz, siento éxtasis. Quiero arder y dejar que todo arda. Deseo ser libre y para serlo, tengo que librarme de este cuerpo que me oprime, de este cascarón inerte atormentado por los remordimientos.

Voy a dejar que todo arda.

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